Tras el fantástico artículo en el que veíamos las más impactantes curiosidades de Alejandro Magno, en el de hoy conoceremos a fondo la interesante historia de Vlad Drăculea, personaje histórico cuyas sanguinarias y sádicas acciones sirvieron como inspiración para que, unos cuantos años más tarde, se construyera la leyenda del vampiro más célebre y legendario de todos los tiempos, Drácula.
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Vlad Drăculea
Vlad III, nacido como Vlad Drăculea (Sighișoara, noviembre de 1431 – Bucarest, diciembre de 1476), más conocido como Vlad «El Empalador» (en rumano, «Vlad Țepeș»), fue príncipe de Valaquia (hoy el sur de Rumanía) entre 1456 y 1462. Fue uno de los tres hijos legítimos de Vlad Dracul, quien por sus heroicas hazañas contra los turcos otomanos, había recibido del rey de Hungría y de otros nobles valacos, tierras en la región de Transilvania (entonces controlada por el Reino de Hungría).
Fue un gran luchador en contra del expansionismo otomano que amenazaba a su país y al resto de Europa, y también era famoso por su manera de castigar a los enemigos y traidores. Vlad era ortodoxo, aunque con posterioridad se convirtió al catolicismo. Luchó y descargó toda su brutalidad tanto contra cristianos como contra musulmanes. Defendiendo lo que le convenía en cada momento, luchaba contra aquél que le hiciera pagar tributos. Tanto musulmanes como cristianos lo tenían por maldito, quedándose él en una posición media, obligando a musulmanes de su país a luchar contra los musulmanes turcos y a los católicos a matar ortodoxos.
En las crónicas de su época, Vlad se presentaba como un príncipe aficionado a la tortura y entusiasta de la muerte lenta, que solía cenar bebiendo la sangre de sus víctimas o mojando pan en ella. Se calcula que en sus tres períodos de gobierno, que suman apenas siete años, ejecutó a unas 100000 personas, en la mayoría de las ocasiones mediante la técnica del empalamiento. Por esta razón se le conoce desde el siglo XVI como Vlad Ţepeş, esto es, Vlad «El Empalador».
El empalamiento no fue una invención de Vlad, sino que su historia se remontaba al menos a la antigua Asiria, y se utilizaría durante largo tiempo. Las fuentes apuntan a que, en todo caso, Vlad llegaba a extremos de macabro refinamiento, prolongando la agonía de los condenados y utilizando los cuerpos de los empalados como terrorífica advertencia. El ejemplo más conocido de su ensañamiento lo constituye el conocido como «Bosque de los Empalados», lugar en el que se dice que Ţepeş hizo talar todos los árboles para empalar a más de 20000 prisioneros. El cronista Calcondilo asegura que Mehmet II, al visitarlo en 1461, retrocedió horrorizado, aunque al mismo tiempo elogió a un príncipe que demostraba ser un experto en el arte de gobernar mediante el terror.
Se le considera un gobernante de carácter volcánico e impredecible, el más duro de todos los de Europa Oriental en el siglo XV. Para algunos fue un heroico defensor de los intereses e independencia de su país, al que defendió tanto de húngaros como de turcos, y un justiciero. Así, se dice que odiaba, más que cualquier cosa, los robos, las mentiras y el adulterio, y que no perdonaba a nadie por su rango, sino que, más aún, cuanto más alto era el rango del traidor, más duro era el castigo.
Vlad hizo y deshizo alianzas tanto con turcos como con húngaros, siempre velando por los intereses de su tierra (Valaquia). Durante todo su reinado se caracterizó como un auténtico patriota, y siempre defendio los intereses de su pueblo, ya que tanto húngaros como turcos miraban a sus territorios como región a conquistar. Casi siempre contó con un ejército reducido, y muchas veces utilizó las tácticas de la guerrilla para luchar contra sus enemigos (utilizaba la táctica de tierra quemada, infectaba los pozos de agua, mandaba enfermos de tuberculosis a los campamentos turcos, etc.).
Sin duda alguna, la figura de Vlad Ţepeş es sumamente curiosa, y los relatos míticos que enmarcan su figura aún hoy resultan sencillamente increíbles. Cabe destacar, no en vano, que muchas de sus atrocidades las cometió con el fin de defender su reino de los invasores, razón por la que, según los historiadores, se lo consideró un héroe durante mucho tiempo, habiendo quienes también se han referido a éste como el precursor de la guerra psicológica. Se desconoce el lugar de su sepulcro, si bien se lo ha situado en el monasterio de Sangov desde el siglo XIX.
Contexto histórico y personal
Vlad Ţepeş es el fruto de la salvaje guerra que se vivió a principios de la Edad Moderna en los Balcanes. En aquel entonces, el Imperio otomano se hallaba en plena fase de expansión por el suroeste de Europa. Grecia quedó sometida desde la década de 1360, Serbia desde 1389 y Bulgaria en 1396. Frente a los otomanos se encontraban el reino de Hungría y los principados en los que entonces se dividía la actual Rumanía (Valaquia y Moldavia), junto a Transilvania, territorio autónomo perteneciente a Hungría. Además, los nobles del interior luchaban entre sí con ferocidad.
Las guerras de frontera se convirtieron en una constante, guerras de extraordinaria violencia, en las que las ejecuciones y represalias masivas estaban a la orden del día. Vlad de Valaquia (la zona sur de Rumanía) fue un producto de este ambiente, y su vida fue una lucha constante por la supervivencia y por el poder. Conocido por sus enemigos como «el Empalador», se hizo célebre por su actividad guerrera contra el Imperio otomano en el siglo XV, y por hacer de la tortura un pasatiempo. Su leyenda negra inspiró al escritor irlandés Bram Stoker (quien nació el 8 de noviembre de 1847) a convertirle en el Conde Drácula, el más famoso de los vampiros de la literatura.
Pero mucho antes de desarrollar esa afición malsana por empalar a sus enemigos, es decir, por clavarlos en picas, Vlad Ţepeş sufrió la crueldad que el Imperio otomano tenía reservada a los hijos de los nobles cristianos del territorio fronterizo. Su traumática infancia fue muy determinante a la hora de formar su futuro como príncipe. Su padre, Vlad II, había establecido con los turcos una alianza que le valió la enemistad del regente de Hungría, Juan Hunyadi, de origen valaco. A los 13 años, en 1444, le entregó a los turcos como rehén, junto con su hermano Radu, como muestra de sumisión al Sultán y como garantía.
Así pues, fue criado por el mismo Murat II (padre de Mehmed II, el cual lo tuvo como a un hermano) en ciudades como Adrianópolis, Egniojsor, Ened y Ninfamén, con el propósito de evitar una nueva traición por parte del padre de Vlad, además proporcionar (tanto a él como a su hermano) una educación favorable a la causa otomana. Cuando volvió del exilio supo que, en 1447, su padre, Vlad Dracul, había muerto apaleado, y que a su hermano Mircea le habían quemado los ojos con un hierro candente antes de enterrarlo aún con vida. Ambos hechos fueron ordenados por el conde Juan Hunyadi y apoyados por los boyardos (la aristocracia local), a los cuales Vlad tuvo desde entonces odio eterno.
Los turcos lo apoyaron hasta convertirlo en rey de Valaquia, en septiembre de 1448, pero los húngaros lo expulsaron unos meses después por orden de Juan Hunyadi. Ocho años después, cuando Vlad supo que los turcos habían sido rechazados por los húngaros, se lanzó a la toma del poder (ostentado por Vladislav II, quien era apoyado por los húngaros y la población de origen alemán, además de ser un protegido de los turcos). Una vez convertido en príncipe, en 1456, los reinos cristianos lo reconocieron como tal.
El Empalador
Vlad Ţepeş, coronado rey de Valaquia en 1456 gracias al apoyo del sultán otomano, dedicó los primeros años de su reinado a eliminar amenazas a su poder, especialmente de grupos de nobles, como los boyardos. Esto se consiguió por eliminación física, como veremos, pero también reduciendo el rol económico de la nobleza.
Una vez en el trono, no le faltaban motivos para temer por su posición. La nobleza boyarda se mostró indiferente, absteniéndose de participar en la guerra contra los turcos. Los colonos alemanes, por su parte, protagonizaron diversas revueltas. De ahí que, como brazo ejecutivo de la justicia, el voivoda (gobernador) la impusiera con crudeza, castigando duramente a los delincuentes y sofocando rebeliones. Las sádicas ejecuciones de sus víctimas resultaban ejemplares, y contribuían a imponer el orden. De algún modo podría decirse que su máxima era que el temor traía consigo la obediencia.
Fue despiadado y, en las ciudades donde no lo aceptaban, se realizaban ejecuciones por empalamiento de hombres, mujeres y niños, como en los casos de la ciudad transilvana de Kronstadt (Brașov) y Hermannstadt (Sibiu), ambas ciudades habitadas por colonos alemanes que no querían comerciar con él o que no querían pagarle tributo. Con ello iniciaría su carrera de brutales masacres, entre las que se le atribuyen el exterminio de entre 40000 y 100000 personas entre 1456 y 1462, hechos detallados en documentos y grabados de la época, que pusieron de manifiesto su gusto por la sangre y el empalamiento, por lo que se le comenzó a llamar «Țepeș» que en rumano significa «Empalador».
Una de sus acciones de empalamiento masivo fue en su venganza contra los boyardos, asesinos de su padre y de su hermano mayor. Vlad llevó a cabo esta venganza en la Pascua de 1459, invitando a los boyardos a una gran cena de Pascua y pidiéndoles a éstos que se pusieran sus mejores galas. Cuando terminaron de cenar, Vlad mandó empalar a los más viejos, mientras que a los jóvenes los obligó a ir desde Târgoviște hasta un castillo en ruinas que había en un monte cercano al río Argeș. Los boyardos fueron a pie y muchos perecieron en el camino, pero los que llegaron aún con vida fueron obligados a construir el castillo de Drácula y, así, sus preciosas ropas de gala quedaron convertidas en harapos, mientras, obligados a construir el castillo, iban muriendo de cansancio y agotamiento a lo largo de los meses ante el deleite del Empalador.
Por otro lado, a Vlad le gustaba organizar empalamientos multitudinarios con formas geométricas. La más común era una serie de anillos concéntricos de empalados alrededor de las ciudades a las que iban a atacar. La altitud de la estaca indicaba el rango que la víctima había tenido en vida. Con frecuencia, Vlad los dejaba pudriéndose durante meses.
Una vez que hubo resuelto los conflictos internos, Vlad se alió con los húngaros, especialmente con el rey de Hungría Matías Corvino (hijo de Juan Hunyadi). En 1459 dejó de pagar tributos a los turcos, y en 1460 se alió con Corvino y lanzó una serie de campañas contra ellos. Fue tal el terror desatado entre los turcos por estas incursiones, que buena parte de la población musulmana de Constantinopla abandonó la ciudad por miedo a que fuera conquistada por Vlad. De hecho, un ejército turco que pretendía invadir Valaquia se volvió atrás, aterrado, cuando encontró a varios miles de empalados descomponiéndose en lo alto de sus estacas, a ambas orillas del Danubio.
Aunque las campañas resultaron exitosas al principio, no le proporcionaron victorias duraderas, debido tanto al escaso apoyo del mencionado rey húngaro como a los limitados recursos de Valaquia. Por su parte, enfurecido por el avance de los valacos, el sultán Mehmet II, famoso por arrebatar Constantinopla a los bizantinos, contraatacó en 1462 con un ejército de unos 150000 hombres y una flota que ascendió por el Danubio. Estas tropas estaban comandadas por Radu «El Hermoso» (hermano de Vlad III, el mismo que acompañó al «Empalador» durante su secuestro en Estambul). Vlad no pudo evitar que los turcos ocuparan la capital, Târgoviște (4 de junio de 1462), por lo que se sirvió de estrategias como la guerra de guerrillas y la tierra quemada para enfrentarse a los turcos durante la primavera y el verano de 1462, además de diversos ataques.
Pese a conseguir algunas victorias, a Vlad se le oponía la nobleza, que aprovechó su debilidad para alzar a su hermano Radu «El Hermoso» como rey de Valaquia. Además, Mehmet II, una vez en Constantinopla, logró, usando una serie de intrigas que incluyeron la falsificación de documentos, que Matías Corvino encarcelase a Vlad III en agosto de 1462. El mismo Vlad fue recluido en la Torre Real, cerca de Buda, tomando posesión del trono su hermano Radu, quien actuó como un títere de los turcos.
No se sabe por qué, Vlad Drăculea fue liberado en torno a 1474 y, una vez derrocado el gobierno de su hermano, reanudó la guerra. No hay duda de que participó en la batalla de Vaslui (en la región de Iaşi, Moldavia), junto al príncipe Esteban Bathory de Transilvania. Juntos invadieron Valaquia con un ejército formado por transilvanos, boyardos valacos y un pequeño número de moldavos enviados por el primo de Vlad, el príncipe Esteban el Grande de Moldavia. Tras esta batalla, Drăculea recuperó el trono, pero Esteban Bathory volvió a Transilvania, dejándolo en una posición muy débil frente a sus enemigos.
Vlad III murió durante una batalla contra la invasión de los Turcos en diciembre de 1476. Las circunstancias de su muerte no son del todo claras, ya que existen por lo menos tres versiones relacionadas a dicho evento. Existe una versión que asegura que fue matado durante la batalla por infieles Boyardos. Otra versión señala que fue matado por sus guardaespaldas. Finalmente, la versión más difundida es la que señala que durante la batalla, antes de ser capturado por los Turcos, logró escapar de sus enemigos, se colocó el ropaje de un soldado Turco caído, y huyó con dirección a sus hombres, quienes al verlo lo confundieron con el enemigo, matándolo al instante sus propios soldados, decapitándolo y dejando su cuerpo yaciendo en el campo. El único detalle del que se tiene certeza es que los turcos desollaron la cabeza, que fue llevada como trofeo a Constantinopla, donde el sultán ordenó que se colocara en una estaca en el centro de Estambul, para no dejar lugar a dudas con relación a la muerte de Vlad.
En el Recuerdo
Desde el siglo XIX, Vlad III ha sido considerado por poetas y pintores rumanos como un gobernante cuya tiranía se justificaba por la crueldad de los tiempos y de la lucha contra los turcos y los nobles boyardos. Como su apodo «Țepeș» indica, tenía predilección por el empalamiento, como técnica de tortura y ejecución, pero además por otros métodos como la amputación de miembros, el estrangulamiento, la hoguera, la castración, el desollamiento y la exposición a los elementos o a fieras salvajes.
Los historiadores que definen a Vlad III «El Empalador» como un héroe nacional destacan que, en aquel tiempo y lugar, el ejercicio del terror total era la única manera de mantener a raya a las fuerzas abrumadoramente superiores que, desde uno y otro lado, se disputaban las puertas de Europa y de Asia. Desde esta perspectiva, Vlad Ţepeş habría sido simplemente un hombre de su tiempo, con la moral de su tiempo e incluso dotado de un sentido de la justicia y el patriotismo poco usual para una época tan convulsa, quien hizo estrictamente lo necesario para acobardar a los masivos ejércitos extranjeros y a los desestabilizadores del interior.
En Rumanía fue venerado como paladín de la cristiandad contra la invasión musulmana, pese a que siempre se le representa con la estrella de ocho puntas (nunca con una cruz). Además, el gobierno comunista de Nicolae Ceaucescu declaró en 1976 a Vlad Ţepeş «Héroe de la nación» al cumplirse el V Centenario de su muerte. Jamás se supo qué ocurrió con sus restos, supuestamente enterrados en el monasterio de Snagov.
Drácula
Por las novelas asociamos a Drácula con un vampiro sádico pero refinado y romántico, que regresa de las tinieblas en busca de cuellos jóvenes que alimenten su eterno deambular por la noche de los tiempos. El Drácula real fue diferente, y desde luego nada romántico, aunque sí que hubo mucha sangre en su vida.
Vlad III, más conocido como Vlad Drăculea o Vlad Ţepeş («el empalador»), señor feudal de los Cárpatos, fue, como sabemos, príncipe de Valaquia, un territorio de la actual Rumanía. La inusitada crueldad de que hizo gala durante su gobierno, allá por el siglo XV, dio pie a una leyenda diabólica que pasó a la literatura a finales del siglo XIX de la mano de Bram Stoker y su obra «Drácula» (1897).
Este escritor irlandés concibió una novela de terror relacionada con las leyendas centroeuropeas sobre vampiros y no muertos que ya habían servido de inspiración a otros autores decimonónicos como John Polidori (el médico y compañero de viajes de Lord Byron). Indagando en este tipo de historias, Stoker tuvo conocimiento (de manos del erudito húngaro Arminius Vámbéry) de la existencia de un príncipe rumano llamado Vlad Drăculea, que había vivido en el siglo XV y se había hecho célebre, entre otras cosas, por su gusto por lo sanguinario.
La obra resultó ser un gran éxito editorial, que desde su publicación nunca ha dejado de estar en circulación, pero que en realidad no tiene grandes similitudes con el personaje histórico. En cualquier caso, el que, en los tiempos de Stoker, la leyenda sobre Vlad Ţepeş siguiera viva, demuestra la importancia de su terrorífico legado.
Por su parte, la fortuna del sobrenombre de «Drácula» se debe en realidad a una confusión. Su padre, el príncipe (o voivoda) Vlad II de Valaquia, había ingresado en 1428 en la Orden del Dragón («Drac», en húngaro), de la mano del emperador Segismundo de Luxemburgo. Por ello, fue conocido en adelante como Vlad «Dracul», mientras que a su hijo se le llamó Vlad «Drăculea», esto es, «Hijo de Dragón». Sin embargo, en la mitología rumana la figura del dragón no existía y el término «dracul» designaba al diablo, con lo que Vlad III pasó a ser en rumano «El Hijo del Diablo».
Se han realizado infinidad de películas sobre el personaje durante todo el siglo XX, pero casi siempre desde la perspectiva del vampiro y no de su biografía real.
Una de las últimas fue «Drácula, la leyenda jamás contada» (2014), que se acerca bastante en líneas generales a la historia real del personaje, aunque desde un punto de vista de ciencia ficción.
Existe, no obstante, una película rumana llamada «Vlad Ţepeş» (1979), que sí es histórica, dirigida por Doru Năstase sobre un guión de Mircea Mohor, donde Ţepeş es presentado como un héroe nacional.
Curiosidades y Leyendas
En esta sección, veremos las curiosidades más impactantes que rodearon a la figura de Vlad Drăculea. Debido a los tiempos que corrían y la escasa documentación al respecto, entendemos que muchas de estas historias serán veraces y otras simplemente propias de la leyenda que envolvió al sanguinario príncipe.
1. Bebía sangre, aunque no mordiendo cuellos
Vlad era famoso por su técnica que le valió el título de «empalador», pero además fue el precursor en beber la sangre de sus víctimas. Lo que hacía era llenar recipientes con sangre y mojar el pan en ella cuando comía. Una de sus maneras preferidas era invitar a algunas personas a su mansión, darles un gran banquete, y luego empalarlos allí mismo. Después, terminaba su comida y mojaba el pan en la sangre de los invitados.
2. El primer empalamiento
Como sabemos, tras pasar varios años en una prisión de Turquía, fue liberado solo para darse cuenta de que su padre había sido traicionado y enterrado vivo. Sabía que los nobles cercanos a él eran los culpables, pero no sabía exactamente quiénes eran. Es por ello que invitó a los 500 a una fiesta, donde fueron empalados. Fue la primera vez que usó la técnica, pero no la última. El empalamiento es un método muy cruel, que Vlad utilizaba reforzando con espinas el final de las estacas, que se introducían por el ano de la persona hasta que saliera por la boca.
3. Cumplir la ley
Vlad era el príncipe, y esto implicaba hacer cumplir la ley. Lo hacía mediante el empalamiento, sin importarle si el crimen era grande o pequeño. Había excepciones, eso sí, como cocinar a alguien y darlo de comer a su familia.
4. La copa de oro
Para probar que los pobladores le temían, dejó una copa de oro en el centro del pueblo. Los pobladores empobrecidos nunca se atrevieron a tocarla, aunque podían beber de ella.
5. La lucha contra los turcos
Cuando los turcos atacaron la zona, Vlad envenenó sus propios pozos de agua para que no pudieran tomar de allí. Además, quemó varias aldeas, para que no tuvieran donde descansar, y asesinó a los pobladores para que no tuvieran la satisfacción de hacerlo ellos.
6. Estuvo casado dos veces
No hay datos sobre la primera esposa, aunque sabemos que le dio un hijo, Mihnea cel Rau, que heredó sus bienes y fue príncipe de Valaquia de 1508 a 1510. La segunda esposa, Cnaejna Bathory (Cnaejna de Transilvania), era hija de un noble húngaro, y le dio dos hijos que no llegaron nunca al trono.
7. El comerciante honrado
Un comerciante se presentó en su castillo para denunciar que le habían robado una bolsa de monedas de oro. Vlad le dijo que volviera al día siguiente. Cuando volvió, los ladrones y todos los miembros de sus familias estaban empalados en el patio del castillo. Frente a ellos, Vlad en su trono y la bolsa robada. Entonces, el Empalador le pidió al comerciante que contara las monedas de la bolsa, para comprobar si faltaba alguna. El aterrorizado extranjero las contó cuidadosamente y musitó «Sobra una». Vlad le respondio «Ve con Dios, tu honradez te ha salvado. Si hubieras intentado quedártela, habría ordenado que tu destino fuera el mismo que el de tus ladrones».
8. Pobres, ladrones y asaltantes
Para erradicar la mendicidad, que se asociaba al robo, se cuenta que organizó un festín, al cual se invitó a pobres, ladrones, tullidos, leprosos, enfermos y pordioseros. Cuando ya todos estaban bien servidos de comida y borrachos de vino, Vlad se presentó con su guardia en la casa, y preguntó a todos los allí reunidos si querían una vida sin privaciones ni preocupaciones y que todos los días se dieran festines como aquél, a lo que los mendigos y demás personas respondieron que sí y que había sido el mejor día de sus vidas. Entonces, el voivoda mandó a sus soldados que cerraran todas las puertas de la casa y le prendieran fuego.
9. Los turbantes
En cierta ocasión, se presentaron ante él unos emisarios del Sultán procedentes de Constantinopla. Estos iban ataviados con sus ropas tradicionales, entre ellas el turbante. Al presentarse ante él, Vlad les preguntó por qué no le mostraban respeto descubriéndose la cabeza, y los turcos respondieron que no era costumbre en su país. Vlad, ofendido ante tamaña desfachatez, los devolvió a Constantinopla con los turbantes clavados a los cráneos, para que nunca se los quitasen.
10. Las caravanas de comerciantes
Unas caravanas de comerciantes alemanes, en su ruta desde Serbia hasta Hungría, no pararon en Valaquia a comerciar con Vlad. Éste, al enterarse de la falta de respeto hacia él y su pueblo, mandó capturar las caravanas y asesinar a los seiscientos comerciantes que las componían exceptuando a dos. A uno de ellos le sacó los ojos y al otro le cortó la lengua, y los hizo volver con las cabezas cortadas a Serbia.
11. La mujer holgazana
Vlad se encontró con un hombre trabajando en el campo que parecía falto de mujer por el aspecto de sus ropas. Al preguntarle si no estaba casado, éste le dijo que sí. Vlad hizo traer a la mujer y le preguntó qué hacía en sus días, y ésta le dijo que lavar, hacer el pan y coser. Señalando a las ropas de su marido, Vlad no le creyó, y decidió empalarla a pesar de que el marido afirmaba estar satisfecho con ella. Luego obligó a otra mujer a casarse con este hombre, no sin antes amenazarla con el mismo destino si no cuidaba bien del campesino.
12. Los dos monjes
Dos monjes fueron al castillo de Vlad. Cuando éste les preguntó qué les parecían los empalamientos, uno de ellos respondió que hacía muy bien en hacerlos pues era una misión divina castigar el crimen, mientras que el otro lo condenó. Uno de los monjes fue empalado y el otro fue recompensado. Según las versiones tradicionales rumana y rusa, premió al honesto y empaló al que lo alabó.